¿EL FIN DE LAS CLASES SOCIALES?
Empleo y clases sociales.
Los estudios sociológicos actuales relativos a la distribución del empleo efectuados en las sociedades consideradas como desarrolladas, por oposición al denominado tercer mundo, el cual con sus campesinos y obreros suministran alimento, combustibles y materias primas a bajo costo a aquellas, indican un acelerado descenso, en las tres últimas décadas, de los porcentajes de trabajadores ocupados en la industria y a su vez, un incremento de aquellos otros dedicados a las actividades laborales clasificadas como “servicios”, ambigua designación para abarcar desde conductores de trenes a médicos e investigadores científicos.
Esta tendencia que, de acuerdo a las estadísticas, supera la mitad de la población empleada en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y Japón a permitido a sesudos pensadores, elaborar la idea de la desaparición de las clases sociales, por la ausencia progresiva de obreros en la moderna sociedad post-industrial. Esta situación conviene aclarar, se cumple sólo en los países desarrollados, pues, en los restantes, pese a la globalización proclamada a los cuatro vientos, no registran el mismo fenómeno, o al menos con idéntica intensidad.
Nadie puede negar, ni niega, el cambio constante del carácter del trabajo en las distintas sociedades que existen en el mundo. Por lo tanto sería ridículo dejar de observar los cambios sociales a consecuencia de las variaciones que se han producido en los sistemas de producción fabriles y aún, también, en las explotaciones agrícolas, mineras o de otro carácter donde la introducción de la máquina ha convertido al campesino en el conductor de un tractor o una sembradora, mientras el obrero industrial maneja un robot.
La transformación del obrero en un técnico, manejando un mecanismo electromecánico, ha permitido humanizar el trabajo, liberar al hombre de una pesada y agotadora labor que lo subyugaba a “ganar el pan con el sudor de su frente” mientras destruía su cuerpo y su mente. El gran cambio tecnológico de nuestros días, al cual asistimos con asombro y algunas veces con incomprensión, podría ser equiparado a la introducción de la máquina en la revolución industrial inglesa que desencadenó una reacción airada contra ella por parte de los obreros. En algunos aspectos, algo similar ocurre con la implementación de sistemas electrónicos que utilizan robots y conducen a sistemas productivos totalmente automáticos.
¿Sin hombres, sin obreros? La contradicción es evidente, no se podrá prescindir del hombre, quien al decir de Protágoras es la medida de todas las cosas.
Los procesos tecnológicos de producción modernos sustituyen obreros industriales por manipuladores de mecanismos automáticos, en ambientes con mejor calidad de vida para realizar su trabajo, sin excesivos esfuerzos físicos. Sin embargo, estos cambios no significan que hayan desaparecido en el mundo actual los trabajadores fabriles y los campesinos, de “cuello azul” y “cuello blanco” y la mano de obra femenina (“cuello rosa”), para no mencionar la que abusa de los menores de edad.
Por lo tanto, cabe preguntar: ¿han desaparecido las clases sociales y como se define una clase social?“Clase debe entenderse en conexión con las relaciones de producción, las relaciones en las cuales convergen los hombres en el proceso, ya sea como relaciones de propiedad, o como relaciones de trabajo. Cuando estas relaciones son tales que las condiciones de producción están controladas por un grupo particular, entonces nos encontramos con una sociedad de clases en la cual el grupo minoritario, propietario de los bienes de producción efectúa un acto de explotación, que es simplemente la apropiación de parte del producto de los otros miembros de esa sociedad”.(*)
Si los medios de producción son propiedad privada de un grupo social determinado (empresa, corporación o compañía financiera) el cual para obtener una ganancia explota a una mayoría que deja de percibir una parte (plusvalía) de su salario, las clases sociales continúan siendo una realidad, de aquí que su pretendida desaparición, proclamada por algunos teóricos intelectuales, es una falacia.
Las cifras que reflejan las estadísticas mundiales comprueban la concentración gigantesca de los capitales (propiedad privada) en poder de una minoría, mientras se acentúa la pauperización de los explotados. Este hecho, publicado por organismos internacionales y no por agitadores sociales, comprueban la tesis de la acumulación de poder y riqueza en manos de unos pocos y la presencia de un proletariado que sólo cuenta con su fuerza de trabajo para subsistir.
¿Se puede argumentar, entonces, acerca de la desaparición de las clases sociales? Por el contrario se trata tan sólo de un argumento para distraer la atención acerca de las verdaderas causas del problema.
Los nuevos proletarios, sin conciencia de clase, son los técnicos y los profesionales, de todas las especialidades, es decir, los médicos, abogados, contadores, ingenieros, investigadores científicos e intelectuales que hoy se ven obligados a vender su fuerza de trabajo (sus conocimientos) a las grandes corporaciones porque ya no pueden subsistir como trabajadores independientes. Se agregan así, hay que repetir, carentes de conciencia de clase, a los antiguos proletarios, simple mano de obra no-calificada.
Tecnología y clases sociales.
La ciencia y la tecnología, inseparables entre sí, son criticadas desde diversos ángulos teóricos y pragmáticos. Para unos son el origen de la deshumanización del hombre, argumento insostenible, pues, si se busca un factor decisivo en el mejoramiento de las condiciones de vida del hombre desde el primitivo al homo-sapiens, es precisamente gracias a los notables avances logrados por la ciencia y la técnica. Sus aspectos negativos (que los tienen) son ocasionados por una errónea apreciación, derivada de utilizar sus virtudes y recursos al incremento de los capitales privados en lugar de favorecer al progreso de la sociedad en su conjunto.
Si se quiere calificar adecuadamente el adelanto de las condiciones de vida en las impropiamente denominadas sociedades post-industriales, sería mejor llamarlas sociedades tecnócratas, y señalar el prominente uso de la tecnología: la electrónica, la bio-genética, nuevos tipos de materiales y fuentes de energía entre otros adelantos científicos.
Esta tecnología aplicada al desarrollo militar permite que las fuerzas armadas de los países que integran el famoso G-7 y sus centros financieros, dominen y avasallen los derechos de los oprimidos, sujetos a su explotación, que se extiende al campo cultural por la insidiosa penetración de técnicas de consumismo de elementos superfluos que contribuyen a la dependencia económica y financiera que sufren los países avasallados.
La explotación del llamado tercer mundo, además, se efectúa permanentemente utilizando mano de obra esclava (carente de derechos gremiales) junto con la apropiación de sus riquezas naturales, el petróleo, minerales como el cobre, bauxita y otros, productos primarios alimenticios, frutas, cereales, café, que están sujetos a los dictados de los monopolios, que fijan precios viles, mientras subsidian y protegen sus producciones internas mediante cuotas de importación.El control y manipulación de las informaciones y comunicaciones mundiales (la famosa mass-media) mediante los adelantos tecnológicos contribuyen a asegurar este dominio que favorece a los centros económicos del capital financiero internacional trabando toda posibilidad de competencia a las economías marginales.
El “Estado de Bienestar” del cual se ufanan las sociedades post-industriales es el resultado de la aplicación de la tecnología y la ciencia modernas a la explotación generalizada de las economías marginales, siendo su instrumento principal, para lograr este objetivo, la ausencia de controles sobre las corporaciones transnacionales bajo "la bandera de la libertad de mercado".
En este cuadro, la mayor contradicción en el campo social contemporáneo lo constituyen los movimientos obreros de todo el mundo que han abandonado su vieja lucha por una fraternidad internacional proletaria, como lo hacían en siglos pasados, mientras el capital, mediante sus corporaciones transnacionales, que no tienen complejos de nacionalismos, aglutina a sus explotados.
La utilización inteligente del desarrollo de la ciencia y la técnica y el uso racional de los recursos naturales permitirían liberar a toda la población mundial del hambre y a la supresión de los marginados (sin pretender que esta afirmación signifique que todos los problemas de la humanidad quedarán solucionados), pero el derroche absurdo del sistema capitalista con sus inversiones para mantener su hegemonía mediante el uso del poder militar, destruyen o impiden esa posibilidad.
Las clases sociales siguen existiendo en la sociedad actual, la lucha para su desaparición es un compromiso de aquella que sólo cuenta con la venta de su fuerza de trabajo.
(*) G.E.M. de Ste Croix – 1983 – The class struggle in the Ancient Greek World.
Octubre 2006.